lunes, 12 de septiembre de 2011

No quiero apagar la luz

No quiero apagar la luz del pasillo, es tarde y debo dormir, hace frío y tengo mucho calor bajo las sábanas, como si tuviera fiebre pero sin ningún dolor corporal. Tengo las mismas sensaciones que cuando me dijeron que mamá tenía cáncer. Hoy, mi hijo Caníx no quiere caminar.

Desde el martes, cuando regresábamos de la farmacia al depa, él iba por delante pues era ya hora de la cena y corriendo como lo hacía subía las escaleras. Esas en las que tantos invitados se han venido de sentón gracias al diseño curvo de sus escalones, que además en las dos vueltas que hace los escalones sin descanso se angostan en forma triangular al centro de la espiral ascendente. Como una escalera de caracol.

Caníx tropezó cientos de veces en sus alocados ascensos. A veces veía el pansaso, a veces el hocico. De bajada el trancazo era en su costado izquierdo, tanto así que percudía el muro en ese punto de la escalera, aunque nunca resbaló como nuestros invitados que de sentón solían bajar.

Pues este martes 6 de septiembre, no pude ver lo que sucedió pero mi perro comenzó los alaridos, como cuando atropellan a un perro callejero. Se regresó revolcándose de dolor y gritó por alrededor de un minuto y medio. Ya sin la intensidad, y yo sin saber la causa, pude revisarle la pata por si tuviera algo encajado. Parece haberse torcido o luxado. Algo que me parecía muy extraño en un cuadrúpedo, y si más lógico para los que guardamos el equilibrio en dos extremidades.

Desde entonces Caníx ha estado echado, sin querer caminar, casi ni lo indispensable. Está a expensas de mis movimientos y cuando lo obligo a salir de la farmacia o a la calle. A la segunda, donde antes fiesteaba para salir, hoy lo hace resignado, obligado por la correa y con mediano gusto busca sus preciadas mierdas y miados de otros perros.

Sólo entonces aprovecha mi perro para defecar, orinar y de regreso beber agua. Lo que me ha indicado un estado de deterioro en su ánimo y por ende en su salud. Esta desazón trajo de vuelta a mí ser, las sensaciones que experimenté cuando la vida mi madre comenzó a extinguirse. Hoy parece ser, ha comenzado el declive de mi perro.

Una semana tardé en llevarlo al veterinario. Entre el optimismo de que los que nos torcemos requerimos un período para restablecer la movilidad de la extremidad sin dolor, ayudados por terapias de calor y de movimiento. Y por el otro lado el enojo que él demuestra ante el trato de los veterinarios, vacunadores o peluqueros. Es indispensable el bozal y en algunos casos el tranquilizante.

Hoy fue la consulta, previo zafarrancho para colocarle el bozal. Mi llanto por la impotencia, por la culpa de no haberlo tratado antes, por el miedo que me provoca que me muerda. El tacto de los médicos reveló cierta inflamación en la extremidad, pero aparentemente nada mayor en hueso, pero un punto adolorido de mayor gravedad. Probable desplazamiento de la cabeza del fémur.

La instrucción, una radiografía para saber lo que sucede. El resultado y diagnóstico sugerido por el radiólogo, desgaste de origen degenerativo en la cabeza del fémur. Los médicos veterinarios requieren consultar a uno de mayor experiencia en ortopedia para sugerir una probable operación, aunque a juicio de la imagen hay un total desgaste y deformación del cartílago en el hueso de la pierna. Hay que esperar una semana para obtener la consulta del ortopedista y mientras el perro estará sujeto a una medicación desinflamatoria y de suplemento para articulaciones de condroitina.

Lo más grave del asunto es que por el dolor y la pérdida de la movilidad y fuerza en la pata, Caníx está sumamente asustado, desanimado. Ya tengo de nueva cuenta en el panorama la muerte. Ayer noche tuve su visita, como hace 11 años.

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