miércoles, 14 de diciembre de 2011

Tía Pita e Igor


Entre mis ocho y doce años se me hizo la fama de ser un melómano chiquito y que disfrutaba de la música clásica. Lo cierto es que de los discos que había en casa, el que ponía una y muchas veces fue el que tenía en su portada el Arco del Triunfo de la plaza de la estrella en los Campos Eliseos de París. Era la cubierta del acetato que contenía por un lado El cascanueces y por el otro La obertura 1812, ambas de Tchaicowski. Aunque había otros discos con otros autores que no recuerdo, fue real que esas dos obras marcaron mi gusto por la música sinfónica y con el tiempo observé que si llegaba a escuchar alguna nueva obra para mis oídos, tenía cierta capacidad para identificar las obras del ruso.

Esa versión de El cascanueces, es una resumida que no incluye muchos de los movimientos menores que el Ballet tiene en su versión completa, lo que permitía escucharlo “completo” en un solo lado del disco. Así, cuando pude adquirir en CD la misma obra, rebasaba la capacidad de un compacto.

Con el tiempo tuve la fortuna de disfrutar en distintas versiones en teatro y televisión la representación que suele estar en todas las navidades por ser el tema de la historia que aborda.

En el caso de la Obertura 1812, y con el gusto que tengo por la música de La Marsellesa, himno francés, desde muy pequeño tuve fascinación por lo que en alguna descripción sabía que eran las campanas de la iglesia de San Petersburgo. Hay versiones donde el sonido de los cañones está mejor logrado y otras donde incluso son omitidos. Lo cierto es que fueron y serán dos obras que siempre me harán gozar al máximo.

Pues ese ere el antecedente que dio lugar a que un día, mi tía Pita y su familia, decidieran obsequiarme por un cumpleaños, un par de discos de música clásica. Recuerdo sólo uno, que incluía La consagración de la primavera de Igor Stravinski, también ruso.

Pues ayer 12 de diciembre, tuve la fortuna de ser invitado a la première de la cinta Coco e Igor, en una historia que narra el tiempo en el que mi tocaya mejor conocida como Coco Chanel y el músico vivieron su relación. La cinta comienza con los previos y el primer concierto donde fue estrenado el ballet de La consagración en el teatro de Les champs elysees a principios del siglo XX.

Hoy que llevo poco más de veinte años de haber recibido el disco departe de mis primos Castillo Landa, y ya conociendo la obra de Stravinsky y haberla escuchado en algunas emisiones de radio, miré y supe lo que alguna vez había leído sobre lo que sucedió en el estreno de La consagración.

Yo, como aquél público francés de principios de los 1900, había tenido un oído acostumbrado a Tchaikowski, y Mozart en mi caso a través de la cinta Amadeus y Bethoven por ser mucho más popular la novena sinfonía, que experimenté lo mismo. Una sensación de que La consagración no era música y que era una especie de desorganización de sonidos. Esa primera vez que puse el disco en el tornamesa, estuve incómodo y recordando las que entonces me parecían emisiones de radio tremendamente aburridas, en donde transmitían sólo música clásica que no me gustaba. Yo pues, era hasta entonces un ignorante de la música que sólo escuchaba mi único disco, y que no tenía mayor cultivo del oído ni del panorama de la música del mundo. De las grabaciones de Gabilondo Soler Cri Cri, había pasado al único disco de Tchaikowski que había en casa y algo de Parchis y Angélica María.

Lo cierto es que esas primeras escenas de Coco e Igor, en donde el descontento o desconcierto de la audiencia hizo que abuchearan la puesta en escena, y que el desorden al interior del teatro hizo que la policía parisina entrara en aras de garantizar el “orden”, me recordaron lo que yo sentí al escuchar por primera vez La consagración de la primavera.

La cinta hace referencia a la vida de dos artistas de vanguardia, de avanzada en la moda y en la música que por ser creadores, innovadores rebeldes contra los patrones de la época, fueron el blanco del dedo flamígero del conservadurismo de comienzos de siglo y que vieron entrelazadas sus vidas por un tiempo. Dos incomprendidos de su tiempo.

Lo que más me conmovió en esas primeras escenas de la cinta, fue la entereza de los bailarines y de los músicos que daban la cara a un público enfurecido e irrespetuoso, al verdadero monstruo de mil cabezas.

Si tienen la oportunidad vean Coco e Igor.

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