Sabemos
que la sociedad mexicana es conservadora, sin embargo, se ha tragado
completitos y como supositorios, los cambios progresistas que nos han traído
mejoras en la calidad de vida. Pienso en los independentistas mexicanos, que
abolieron la esclavitud mucho antes que los gringos se desgarrasen por esa
decisión. Y que sin embargo tuvieron bandos como el de Iturbide, con la puntada
de fundar un imperio en lugar de una República.
Luego
vino la laicidad del Estado, diseñada por Juárez y su grupo de Reformadores, un
segundo supositorio para la Iglesia
Católica. En el primero, esta iglesia que no es de una sola
calidad, había tenido clérigos liberales indignados por la opresión y el
clasismo imperante, cercanos a las necesidades humanas de los mexicanos, y
también la alta jerarquía y la dirigencia en Roma que no tuvo mayores
contratiempos financieros ni políticos.
Pero
los acicates impuestos por los Reformadores mexicanos, fueron duros contra los
inmensos terrenos de esta Iglesia, aunque no se logró cortar el yugular flujo
de dinero al Vaticano, por lo que su patrimonio apenas sufrió una mínima merma.
Adicionalmente se le limitó, más no se le extinguió, el poder social que
ejercía sobre las relaciones interpersonales de los mexicanos. Fue entonces que
surgió el Registro Civil, para otorgar al casi total de los ciudadanos,
documentación que acreditara su nacimiento y muerte, así como sus relaciones de
pareja y otros asuntos en materia de bienes y derechos entre las personas.
La
sociedad conservadora, si bien siguió resistiéndose por décadas al cambio, se
fue sujetando gradualmente al desvanecimiento del supositorio en que dejó su
dureza inicial para convertirse en una crema que finalmente terminó de absorber
en su totalidad. Mi abuela todavía condicionó a mi abuelo para no vivir juntos,
en tanto no tuvieran la bendición de su Iglesia. Para colmo, les tocó casarse
durante otro de los berrinches de esta importante institución. El cierre de
templos como protesta contra la enseñanza pública, laica y pro socialista que
el Estado Mexicano instrumentó a principios del siglo XX, para aplicar lo
dispuesto por la
Constitución de 1917. No se casaron dentro de una iglesia,
sino en la casa de un sacerdote y el matrimonio civil lo firmaron hasta que hubo
necesidad de registrar a su primogénita.
A
fines del siglo XX, observé a los fieles católicos mexicanos, anticiparse en su
matrimonio frente a la autoridad Civil, para hacer diferentes gestiones
patrimoniales, dándose de facto lo que en mi parecer es ideal. Los asuntos de
la tierra, los asuntos del hombre deben tener un marco regulatorio
independiente del credo o religión, para dar un trato igual.
La
figura del divorcio, aunque existe desde el Imperio Romano, no surgió en el
derecho civil mexicano con la
Reforma , sino hasta 1915, mucho antes que en España, donde
gracias a la alianza de la Iglesia Católica
con el dictador Franco, el divorcio fue instrumentado hasta el final del siglo.
Es
necesario reconocer que el enemigo a este tipo de progresos sociales no es
personaje exclusivo de la Iglesia Católica ,
aunque sí es su más duro y fuerte actor, los hábitos sociales de discriminación
muy arraigados tanto en la sociedad azteca como en la española, han sido el
garante de estos vicios que degradan la dignidad humana. Este amor por la
estratificación social, ha sido el gran obstáculo a minar en estos 5 siglos, y
lo que nos queda.
El
último supositorio suministrado a la
Iglesia y a la sociedad conservadora mexicana, ha sido el
Matrimonio entre personas del mismo sexo. Es claro que les produce irritación,
ardor y comezón, la realidad de que el Estado reconozca finalmente la realidad
humana, que por siglos se ha querido negar. Y como todo supositorio, el ano,
diseñado para evacuar y no para deglutir, han buscado diversos argumentos
falsos, llenos de miedo y prejuicio, para expulsarlo, anularlo y volver marcha
atrás.
El
último episodio, antier, lo vivió un mozalbete conservador que habló en la
tribuna de la Asamblea Legislativa
del Distrito Federal. Por su inmadurez se permitió expresar su miedo y enojo
con bajo lenguaje, argumentando la destrucción de la institución del
Matrimonio, como el mayor daño hecho por un partido hacia la sociedad. Si hasta
los panistas se apuraron a deslindarse, es porque se cagó en la leche, en Dios
y en la cuna que lo meció, dirían los españoles. Más no debemos dejarlo pasar
como una rabieta simple, pues aquel cierre de Templos de principios del siglo
XX, fue también una rabieta institucional.
Sin
poder escapar al escarnio público, el mozalbete de nombre Juan Pablo Castro, ha
querido argumentar que no está en contra de la unión de personas del mismo
sexo, sino en contra de que se le llame Matrimonio. Un argumento muy panista,
pues fue el que ventiló el PAN con gran grito dentro del Congreso local y uno
de los argumentos detrás de la impugnación que instrumentó Felipe Calderón a
través de la Procuraduría General
de la República
ante la Suprema Corte
de la Nación.
Buscando
un poco, la palabra Matrimonio viene del latín Mater, que significa madre. Y en
Roma, la mujer entraba en Matrimonio cuando alcanzaba el grado, condición,
permiso de coger, o tener sexo, para procrear y convertirse en madre. Es decir,
cuando se vinculaba con un hombre en plan carnal, y de frente a la sociedad.
Por
lo que se refiere el matrimonio civil, indudablemente que existen disposiciones
sobre la custodia de los hijos, que serían la parte matrimonial, sin embargo,
muchas más de las disposiciones tienen que ver con la cuestión de los bienes,
derechos y los dineros, o sea, la cuestión patrimonial. Existen las figuras de
bienes mancomunados o separados, y el reconocimiento del vínculo por parte de
las instituciones financieras o de seguridad social.
Si
quisiésemos resolver todos los problemas sólo con el uso del lenguaje, como es
el de que el matrimonio entre personas del mismo sexo no se llame así, para
distinguirlo (que terriblemente ese es el afán de los conservadores) del de
heterosexuales, podría sugerir el de Enlace Patrimonial.
Así,
el Enlace Patrimonial tendría el apartado de matrimonio para las parejas que
planeen criar una familia, ya sea por medios biológicos o el de la adopción,
pues no todas las parejas quieren tener hijos.
Pero
buscar estas curiosidades nos llevaría a querer dejar de utilizar la palabra
Mujer, por su origen discriminatorio, o Femenino, por la misma razón. Ya la
sociedad francesa ha desterrado, en el ámbito judicial, la utilización de la
palabra Mademoiselle o Demoiselle (Señorita) por criterio similar, y que es la
alusión a su condición de soltera o virgen, para distinguirla del trato de los
hombres que tenemos el derecho de no guardar la virginidad.
Creo
que los conservadores deberán esperar a que se les desbarate la dureza del
supositorio que implica el matrimonio entre personas del mismo sexo, por lo que
se refiere a la Ciudad
de México, y deberán prepararse en el resto del territorio nacional, aflojando
esfínteres para no sufrir, cuando la cobertura de la igualdad entre
homosexuales y lesbianas con heterosexuales alcance a todo el país.
El
matrimonio católico concebido para toda la vida entre una pareja de hombre y
mujer (que pueden ser de orientación homosexual, porque vaya que hay muchos
casos) es una realidad para quienes así lo decidan, pero no tiene por qué ser
aplicable para todos. Ya los anglicanos tienen instituido de origen el
divorcio, y pronto habrá religiones que quieran bendecir las uniones entre
personas del mismo sexo.
La
figura civil es trascendental para la sociedad, pues cobija a todos, sin
distinción hasta ahora en el DF. Es tiempo de que no creyentes y creyentes de
todas las religiones acepten que las leyes son para todos y que la aspiración a
igualdad entre los humanos es legítima desde el comienzo de los tiempos, aunque
las instituciones de poder se han esmerado en crear falsas diferencias hasta la
fecha.
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