lunes, 16 de julio de 2012

Marcel




Yo soñé, que cuando tú soñabas, él soñando estaba.

Mientras ella soñara, que nosotros soñamos juntos,
mi sueño con el que ustedes soñaron antier,
sería el que vosotros soñareis mañana.




Cuando nos referimos a los sueños que experimentamos al dormir, por lo regular utilizamos el verbo soñar, lo que deja abierta la posibilidad de sentir o percibir que la materia de nuestros sueños, son sucesos fuera de nuestro control o no, que dependen de comunicaciones de otros mundos, de otras vidas, de otras dimensiones, o bien de motores y frenos internos.

Ya mi madre había sugerido siempre, que podemos planear o desear lo que vamos a experimentar en los sueños. Hay quienes afirman que la mayor parte de las veces pueden improvisar durante el sueño, sin despertar y hacer y sentir lo que les plazca. Otros describen, por el contrario, la total impotencia de detener su sueño para despertar y abandonar el dolor, el miedo, la fea sensación surgida durante un sueño.

En otro momento, ya adulto, también mi madre me compartió que había aprendido que todos los objetos, personajes, sensaciones, emociones, escenarios, historias y circunstancias presentes durante un sueño son creaciones exclusivas del sujeto que duerme. La explicación que algunos creen de que los sueños son mensajes y contenidos de origen ajeno, como advertencias de nuestros muertos o dioses, de amados distantes, lugares o personas desconocidos al otro lado del orbe o del Universo, no ha sido probada.

Pero el gran cambio, en el concepto de lo que es un sueño, me lo presentó mi amiga Silvia. Es común decir: Yo soñé. Y ella comenzó su relato de una manera diferente, como nunca lo he escuchado a nadie más iniciar: Yo hice un sueño…

Y no es que ella o cualquiera pueda decidir lo que sueña con toda premeditación, alevosía y ventaja, pero sí es diametralmente opuesto reconocer la absoluta autoría del contenido del sueño, aún y cuando no entendamos la motivación del mismo. Modifica el punto de partida. Así dejamos de atribuirle orígenes ajenos y mejor reinterpretamos nuestras posiciones, sentimientos, emociones, miedos y deseos con nuestro interior y con lo que nos parece cerano y lejano, al otro lado del Universo.

Pues en el uso de este libre albedrío, ayer noche, hice un sueño amoroso. Mi querido Caníx fue el protagonista, él me daba una función de teatro o representaba un pequeño sketch en donde asumía el personaje de un gato y en otros momentos como si estuviera recorriendo, cual perro, un jardín con árboles, plantas y muchas esquinas para marcar en su territorio. Su director de escena había sido Marcel, mi amigo francés, quien le había puesto el montaje y lo dirigía desde la cocina. Caníx era mejor histrión que un perro amaestrado, pues lograba expresiones faciales de inteligencia, interés y alegría, deambulaba en distintas posiciones, simulando que alguna “presa” le atraía, un pajarito en el pasto, otro perro paseando. Cuando hizo de gato, se contoneaba cual sensuales son aquellos, que Caníx tiene lo suyo (es un perro muy sensual), sobándose entre las patas de las sillas y las piernas del auditorio que lo veíamos extasiados de felicidad. Éramos mi madre y mis primas, ella desde la cocina y ellas en el comedor. Yo en la sala, vimos todo el número, mientras Marcel daba ciertas señales casi imperceptibles para mí, y por supuesto que desconocidas, pues él y Caníx habían preparado en secreto la función. Yo imaginaba que el espíritu de Marceau, el mimo, había sido importantísimo en la preparación de mi perro.

Fue un sueño breve y lindo, con tal energía que al finalizar cobré consciencia de que había hecho y vivido una formidable historia, y sin despertar tomé la decisión de escribirlo al despertar hoy lunes. Es extraño ese momento, en que sin despertar, pues no abro los ojos, y mientras me acomodo en la cama nuevamente para continuar durmiendo, decido repasar las escenas y refuerzo la necesidad de contarlo escribiéndolo.

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