En mi sentir es claro que no todas las mujeres quieren ser madres, es decir, no todas poseen el instinto maternal, aún y cuando ya hayan parido.
De las que tienen instinto maternal, no todas pueden engendrar y su alternativa es la adopción.
Todas las mujeres tienen también otros intereses. Sus talentos, su profesión, sus amores, su cuerpo y su sexualidad.
Desconozco la edad en la que para los humanos es indispensable la presencia y el acompañamiento de una madre. Hay un texto de origen budista que afirma que el abandono sucede al instante de nacer, por lo que parecería que las madres no son indispensables a partir del parto. Y toda percepción de que el vínculo es necesario, es sólo una puesta en marcha del sufrimiento de los nuevos humanos. Nos propone así el desapego de los brazos y de la chichi para ser, si no más felices, responsables absolutos de nuestras vidas.
La libertad de pensar que ejercemos en este siglo, nos permite abordar por ejemplo el tema de que si una mujer decide no ser madre, adopte las medidas necesarias para vivir de la manera en la que ella ha decidido, sin que sea obligada, mas que por su conciencia a hacer lo que debe hacer para vivir mejor.
Como en las pasadas semanas estuve librando una batalla de ira y resentimiento contra mi ma’ Lucha, a quienes todos queremos tanto, y “gracias” a que ella me dio la libertad de rebelarme y erizarme en su contra, hice un compendio de dolorosas historias entre madres e hijos y viceversa. Entre comillé el agradecimiento a mi libertad, porque me faltaron los límites para reconocer mi responsabilidad y entender mis enojos. Fue gracias a los amigos que me acompañaron en estas semanas que finalmente me di cuenta de que la ira era resultado de mis frustraciones y que aunque nada tenían que ver con el abandono del que fui objeto, me regodeé un rato en sentirme dolido contra mamá.
Porque me abandonaste y me hacías falta. Esa fue la respuesta que una madre recibió al tratar de entender por qué el quinto de sus once hijos se había dado a las drogas. Y ¿por qué, sólo uno de los once había sentido eso y resuelto así?, esa fue su siguiente incógnita.
Lo que recuerdo de mi papá es que él era el cariñoso, porque mi madre significaba puros golpes.
Mi madre llegó a patearme tirada yo en el piso, y a ti también te pegó, un montón de veces en la boca, por respondona ¿no te acuerdas?
¡Que te mueras, no te quiero volver a ver! Le dijo a su hijo cuando se fue con los zapatistas porque no le dio permiso de tener novia. ¡No madre!, no le diga eso, porque la maldición de la madre “alcanza”, le espetó su otra hija. A los meses el chamaco iniciado de guerrillero, estaba mal herido más allá de Cuautla. Quedó paralítico.
¡No!, si mi madre es muy abierta, muy liberal y comprensiva, pero con los demás. A nosotras nos llegó a tildar de putas por nuestra forma de vestir en la adolescencia. No tiene la misma comprensión ni es tan abierta con nosotras.
Cuando mi padre se fue de casa, mamá se apoyó en mí que sólo contaba doce años. Fue muy duro darle soporte. A mis hermanos y a mi, también nos hacía falta papá. Estuve muy enojada por el peso que me depositó al ser la mayor.
¡No!, si mi madre tiene terrenos y casa, es gracias a que nos dio de comer pura mortadela, nopales y charales.
¿Te importó más el culo que m’hijo?, le reclamó mi padre a mamá cuando le contó que al parar el autobús en Ixmiquilpan para ir al baño, me dejó de meses en el asiento. A media evacuación, el autobús arrancó conmigo a bordo, para luego, desesperadamente alcanzarlo en el ascenso a la sierra con la ayuda de un buen taxista.
Mi madre me dejó con un tío. Ella se fue a la capital para buscar dinero. Mi tío me golpeaba y me mataba de hambre. Un tiempo me enterraron hasta la cintura para curarme de las piernas (raquitismo). Cuando ella volvió al rancho, estaba irreconocible. Vestía un abrigo largo y usaba gafas oscuras y maquillaje.
A quien la parió no la conozco. Al parecer por pobreza económica y moral abandonó a su hija recién nacida en el hospital de la ciudad. Ella se volvió a la sierra.
Si tu padre no les dio madrastra, le debes total dedicación y cuidado hasta su muerte. Eso le dijo al morir su abuela a mi tía cuando era una niña. Se quedó señoritísima para cumplir su misión.
¡Estoy mal, me siento muy mal! Decía con voz desgarrada por teléfono a su hijo, a quien le había marcado después de tomarse sendos tragos de limpiador. Pues en lugar de llamarme a mí, márcale a la ambulancia, nos vemos al rato, él le respondió.
¡Sáquenla de aquí! Que no ven que mi madre no quería que ella estuviera en su funeral. Y bañada en lágrimas mi tía abandonó la funeraria en lo que algunos intervinieron para calmar a sus hermanos agresores. Cuando pregunté a mi madre el por qué de tales alegatos, me confió que la estricta moral religiosa de la muerta, la hacía sentir obligada a rechazar, reprobar y señalar a su hija no casada por la ley católica, por lo que había dispuesto esa estupidez en vida.
Había sido un fin de semana de diversión familiar. El campo, la cascada y para terminar la calurosa jornada, un buen chapuzón en un balneario regio. De pronto a mi tía le comenzó una taquicardia, una sofocación tal, que angustió sobre manera a mis primos. Hubo que apresurarse para guardar todo y abordar las camionetas para dejar el centro de recreo. Tuve entonces la fortuna de estar de cerca con mi tía. Yo no sentí que estuviera muy mal, aunque mis primos iban manejando con rapidez para llegar a la ciudad. Conversando de los síntomas con ella, le sugerí que parásemos en el primer consultorio médico de una farmacia de similares. Ante su negativa comprendí que la maravillosa actriz, estaba en el papel de su vida: Mamá chantaje.
Yo tenía como trece años cuando ese fulano llegó a pedir mi mano, mi madre enfureció, pues era su hombre. Y en lugar de enojarse contra él, yo fui el destino de toda su ira, sus celos y locura.
Todas estas historias forman parte de mis madres. En homenaje a las mujeres y a los hombres que recibieron y perdonaron una mala enseñanza, un maltrato, una injusticia, el abandono y la vida de su madre.
Porque a las madres siempre les seguirán homenajeando, aunque aún se les siga escamoteando, como lo hice, el derecho a ser imperfectamente humanas.
Con amor por la mía, con cariño por las que viven y con agradecimiento por todas las que me han acompañado.
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