Recordando
a quienes se quejan de todos los protestantes, que si por las marchas, que si
por irrespetuosos, que si los plantones, etcétera, aquí la anécdota sobre una
católica con tintes de protesta.
Una
amigatza, vecinatza, a quien quiero mucho, me dijo que iría este jueves santo a
la Catedral
metropolitana a recibir los santos óleos como se los había anunciado el
sacerdote a cargo de la parroquia de la colonia Nueva Santa María, y que es la
iglesia a donde ella acude con regularidad.
Como
la misión implicaba estar a la espera de la apertura desde las 7 de la mañana,
y yo sin años de visitar tan majestuoso edificio, quise acompañarla. Llegamos
una media hora después y la fila ya contaba con unas 40 personas recargadas en
el atrio. Principalmente mujeres mayores de 50 años, algunas muy arregladitas y
algunas otras uniformadas de blanco y con corbatas o mascadas amarillas al
cuello.
Mientras
hacíamos la fila entre la prole, preguntaba a mi amiga ¿dónde estaría la fila
VIP?, si bien nosotros estábamos apostados en la puerta principal, yo se que la
iglesia tiene pasión por los títulos y las clasificaciones de cada uno de los
mortales. Como he visto, con estos ojos que se han de tragar los gusanos, al
Cavernal Norberto salir por la parte de atrás con sus guaruras en sus
camionetotas, supuse que la entrada VIP sería por allá mismo.
En
punto de las 8 abrieron la puerta del atrio para permitirnos la entrada para lo
que inmediatamente los cuerpos de seguridad en trajes azul oscuro se aprestaron
a apostarse a lo largo de dos barandales de madera que impidieron el paso
apenas a 10 metros
de la puerta. Esa gente sembró el desorden que después les costó controlar, al
querer ordenar en silencio y en una fila el acceso a las sillas formadas en el
pasillo poniente de Catedral. Para este momento ya estaban haciendo valla los
uniformados amarillo y blanco, para proteger el cuerpo central en donde están
algunos altares, el órgano y el coro, y la cátedra donde oficiarían la misa.
Pasados
los jalones y la arrebatadera de sillas, gané un asiento para mi amigatza. Yo
observaba a los feligreses. Había quienes lucían enfermos, otros en silla de
ruedas, muy pocos, la mayor parte eran esas mujeres mayores, algunas por grupos
y que me recuerdan a Perpetua, la hermana de Antonieta Do Agreste en la
telenovela brasileña Tieta. Algunas mujeres de 50 años corrían como niñas de 10
años, gustosas de sus encargos o encomiendas cruzando las aduanas dispuestas
por el equipo de guardias. Ni idea de cuál era su papel, pero retrataban muy
bien a las ratonsitas de iglesia, como algunos las conocen.
Yo,
que he estado en innumerables misas desde que era niño, por primera vez comencé
a sentir el estrés por saberme diferente y hasta contrario al credo de quienes ahí
estaban. Mi disposición para conocer y observar el edificio, su mobiliario y la
ceremonia, se agotó. Preferí moverme y despedirme de mi vecinatza para tener
oportunidad de salir en cuanto me sintiera agobiado.
Aproveché
para ver si podía recorren el pasillo oriente, y observé cómo había sido
dispuesto un filtro en la entrada por donde habíamos entrado. El filtro
separaba a la prole como yo, de los invitados VIP que estuvieron siendo
custodiados por una nueva valla de voluntarios de blanco y amarillo por la que
eran guiados a sus asientos en el ala oriente de Catedral.
Entonces
intenté regresar, había ahora más gente y estábamos cerca de las 9, hora en la
que supuse comenzaría la ceremonia religiosa. En efecto, el sonido local
anunció el comienzo dando la bienvenida a los sacerdotes de la arquidiócesis y
al jerarca a cargo, a quien le antepuso cerca de 5 títulos entre los cuales
estaban excelentísimo y doctor, Norberto Rivera. Antes de él entró una corte de
cerca de 20 religiosos, como sacerdotes de sotana blanca.
Antes
de esto, estuve observando con mi don detecta gays, poco desarrollado por
cierto, a todo el cuerpo de varones que dirigen, administran y laboran para la Iglesia Católica.
Hasta en el cuerpo de seguridad observé amaneramientos femeninos, en voz, en
gesticulaciones y en andares. Algunos acentuados por las faldas de las sotanas
y las fajas o cinturones, cuyas cintas pendoneaban al caminar. Percibí un mundo
muy homosexual entre los sacerdotes, supongo que todos castos como lo
decidieron al inicio de su ministerio. 8 de cada diez me hicieron sentir eso y
de pronto imaginé que en una sociedad que no reconocía y que incluso sancionaba
con el menosprecio a los varones homosexuales, la ocupación religiosa servía de
salvavidas para no tener que explicar el deseo de convivir preferentemente con
varones y de no desear sexualmente a las mujeres.
Quizá
tenga cierta relación la disminución de vocaciones religiosas, con el aumento
de la libertad de pensamiento y las libertades sexuales en la sociedad mexicana.
Por
último, el inicio del rito de la misa, que yo creí que sería extraordinario por
contar con una orquesta y un coro, y por el que me quedé a observar desde el
centro del pasillo poniente, resultó en una huída apresurada tras la primera
santiguada con la señal de la cruz, pues yo no la hice, siendo el único en tal
situación y al escuchar el yo pecador con su triple “por mi culpa” en un
volumen por arriba del promedio de lo que he escuchado en otras misas.
Escuché
mientras salía, el coro, compuesto en un 100% por varones. Me pareció el colmo
de la misoginia de la estructura jerárquica, pues las voces agudas o femeninas
estaban a cargo de un coro de niños. Pareciera aún un sueño que las mujeres
católicas cobraran el peso relativo que el Catolicismo les dio en el
Judeocristianismo, cuando exaltó la importancia de la Madre de Jesús y el relativo
reconocimiento que Jesús hizo a Magdalena.
Si
bien mi aventura en la
Catedral metropolitana aquí terminó, el epílogo de esta
historia fue que los santos óleos fueron entregados sólo a aquellas personas
que previamente habían comprado su kit respectivo, por lo que mi amigatza no
pudo recibir ninguna unción. Este hecho trajo a mi mente la venta de
indulgencias, y la mentada anécdota en la que Jesús expulsó a los que vendían
los animales que serían ofrenda en el Templo de Jerusalém.
Cuando
pregunté a mi amiga si había disfrutado la misa, la ceremonia, el resultado
resultó no positivo, pues dijo que el sonido local no fue claro, que jamás pudo
ver el rostro del Cardenal Norberto y que sólo había comulgado. Este hecho me
hizo preguntarle si se había confesado antes o sólo arrepentido de sus faltas,
a lo que me dijo que ella jamás se confiesa con un humano, que ella reconoce
sus faltas y hace acto de contrición. Fue entonces que percibí una católica con
aires de protestante, de los que tenemos muchos en México.
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