sábado, 7 de abril de 2012

¡Santo jueves Batman! Aires de protesta


Recordando a quienes se quejan de todos los protestantes, que si por las marchas, que si por irrespetuosos, que si los plantones, etcétera, aquí la anécdota sobre una católica con tintes de protesta.

Una amigatza, vecinatza, a quien quiero mucho, me dijo que iría este jueves santo a la Catedral metropolitana a recibir los santos óleos como se los había anunciado el sacerdote a cargo de la parroquia de la colonia Nueva Santa María, y que es la iglesia a donde ella acude con regularidad.

Como la misión implicaba estar a la espera de la apertura desde las 7 de la mañana, y yo sin años de visitar tan majestuoso edificio, quise acompañarla. Llegamos una media hora después y la fila ya contaba con unas 40 personas recargadas en el atrio. Principalmente mujeres mayores de 50 años, algunas muy arregladitas y algunas otras uniformadas de blanco y con corbatas o mascadas amarillas al cuello.

Mientras hacíamos la fila entre la prole, preguntaba a mi amiga ¿dónde estaría la fila VIP?, si bien nosotros estábamos apostados en la puerta principal, yo se que la iglesia tiene pasión por los títulos y las clasificaciones de cada uno de los mortales. Como he visto, con estos ojos que se han de tragar los gusanos, al Cavernal Norberto salir por la parte de atrás con sus guaruras en sus camionetotas, supuse que la entrada VIP sería por allá mismo.

En punto de las 8 abrieron la puerta del atrio para permitirnos la entrada para lo que inmediatamente los cuerpos de seguridad en trajes azul oscuro se aprestaron a apostarse a lo largo de dos barandales de madera que impidieron el paso apenas a 10 metros de la puerta. Esa gente sembró el desorden que después les costó controlar, al querer ordenar en silencio y en una fila el acceso a las sillas formadas en el pasillo poniente de Catedral. Para este momento ya estaban haciendo valla los uniformados amarillo y blanco, para proteger el cuerpo central en donde están algunos altares, el órgano y el coro, y la cátedra donde oficiarían la misa.

Pasados los jalones y la arrebatadera de sillas, gané un asiento para mi amigatza. Yo observaba a los feligreses. Había quienes lucían enfermos, otros en silla de ruedas, muy pocos, la mayor parte eran esas mujeres mayores, algunas por grupos y que me recuerdan a Perpetua, la hermana de Antonieta Do Agreste en la telenovela brasileña Tieta. Algunas mujeres de 50 años corrían como niñas de 10 años, gustosas de sus encargos o encomiendas cruzando las aduanas dispuestas por el equipo de guardias. Ni idea de cuál era su papel, pero retrataban muy bien a las ratonsitas de iglesia, como algunos las conocen.

Yo, que he estado en innumerables misas desde que era niño, por primera vez comencé a sentir el estrés por saberme diferente y hasta contrario al credo de quienes ahí estaban. Mi disposición para conocer y observar el edificio, su mobiliario y la ceremonia, se agotó. Preferí moverme y despedirme de mi vecinatza para tener oportunidad de salir en cuanto me sintiera agobiado.

Aproveché para ver si podía recorren el pasillo oriente, y observé cómo había sido dispuesto un filtro en la entrada por donde habíamos entrado. El filtro separaba a la prole como yo, de los invitados VIP que estuvieron siendo custodiados por una nueva valla de voluntarios de blanco y amarillo por la que eran guiados a sus asientos en el ala oriente de Catedral.

Entonces intenté regresar, había ahora más gente y estábamos cerca de las 9, hora en la que supuse comenzaría la ceremonia religiosa. En efecto, el sonido local anunció el comienzo dando la bienvenida a los sacerdotes de la arquidiócesis y al jerarca a cargo, a quien le antepuso cerca de 5 títulos entre los cuales estaban excelentísimo y doctor, Norberto Rivera. Antes de él entró una corte de cerca de 20 religiosos, como sacerdotes de sotana blanca.

Antes de esto, estuve observando con mi don detecta gays, poco desarrollado por cierto, a todo el cuerpo de varones que dirigen, administran y laboran para la Iglesia Católica. Hasta en el cuerpo de seguridad observé amaneramientos femeninos, en voz, en gesticulaciones y en andares. Algunos acentuados por las faldas de las sotanas y las fajas o cinturones, cuyas cintas pendoneaban al caminar. Percibí un mundo muy homosexual entre los sacerdotes, supongo que todos castos como lo decidieron al inicio de su ministerio. 8 de cada diez me hicieron sentir eso y de pronto imaginé que en una sociedad que no reconocía y que incluso sancionaba con el menosprecio a los varones homosexuales, la ocupación religiosa servía de salvavidas para no tener que explicar el deseo de convivir preferentemente con varones y de no desear sexualmente a las mujeres.

Quizá tenga cierta relación la disminución de vocaciones religiosas, con el aumento de la libertad de pensamiento y las libertades sexuales en la sociedad mexicana.

Por último, el inicio del rito de la misa, que yo creí que sería extraordinario por contar con una orquesta y un coro, y por el que me quedé a observar desde el centro del pasillo poniente, resultó en una huída apresurada tras la primera santiguada con la señal de la cruz, pues yo no la hice, siendo el único en tal situación y al escuchar el yo pecador con su triple “por mi culpa” en un volumen por arriba del promedio de lo que he escuchado en otras misas.

Escuché mientras salía, el coro, compuesto en un 100% por varones. Me pareció el colmo de la misoginia de la estructura jerárquica, pues las voces agudas o femeninas estaban a cargo de un coro de niños. Pareciera aún un sueño que las mujeres católicas cobraran el peso relativo que el Catolicismo les dio en el Judeocristianismo, cuando exaltó la importancia de la Madre de Jesús y el relativo reconocimiento que Jesús hizo a Magdalena.

Si bien mi aventura en la Catedral metropolitana aquí terminó, el epílogo de esta historia fue que los santos óleos fueron entregados sólo a aquellas personas que previamente habían comprado su kit respectivo, por lo que mi amigatza no pudo recibir ninguna unción. Este hecho trajo a mi mente la venta de indulgencias, y la mentada anécdota en la que Jesús expulsó a los que vendían los animales que serían ofrenda en el Templo de Jerusalém.

Cuando pregunté a mi amiga si había disfrutado la misa, la ceremonia, el resultado resultó no positivo, pues dijo que el sonido local no fue claro, que jamás pudo ver el rostro del Cardenal Norberto y que sólo había comulgado. Este hecho me hizo preguntarle si se había confesado antes o sólo arrepentido de sus faltas, a lo que me dijo que ella jamás se confiesa con un humano, que ella reconoce sus faltas y hace acto de contrición. Fue entonces que percibí una católica con aires de protestante, de los que tenemos muchos en México.

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