martes, 1 de mayo de 2012

Bodas gay, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo



Por lo que se refiere al enlace matrimonial entre un hombre y una mujer, hay siglos de evolución y cambios, por lo que está muy difundido lo que una pareja debe hacer si tiene el deseo o necesidad de casarse, por la ley y por la iglesia.

Hace apenas una quincena me tocó conocer cómo se realizaba un enlace en la Colombia de 1810, bajo las leyes españolas, entonces Virreynato de la Nueva Granada. Sólo podía realizarse previa autorización de los padres de los contrayentes, que bien podían haber acordado y negociado el enlace, desde la infancia de los sujetos al matrimonio. Eran establecidos los importes de la dote que los padres de la mujer pagarían a los padres del varón, y las fechas de las parcialidades. Existían promesas escritas de matrimonio, por lo que las cartas de amor podían tener consecuencias jurídicas sobre las personas. La entrega de la dote era verificada por una autoridad real y se realizaba en una ceremonia completamente patrimonial ajena al ritual religioso católico. Si por alguna razón el matrimonio no sucedía, por razones de rechazo o por razones de pérdida de la virtud – virginidad, existían indemnizaciones.

Ya en mis tiempos, he conocido de los matrimonios en donde sin haber tales negociaciones entre familias, sí se le da prioridad al enlace civil, para poder hacer trámites de índole patrimonial, como la adquisición de una hipoteca mancomunada entre los contrayentes.

También me ha tocado saber que al no existir el divorcio en todas las religiones, existe la posibilidad de bendecir un segundo enlace matrimonial bajo las reglas de otra iglesia.

Al parecer, en México, el enlace matrimonial religioso entre personas del mismo sexo, surgió antes de que el Estado lo reconociera, y tiene ya tiempo de establecido en la Iglesia de la Comunidad Metropolitana.

Esta institución surge de la tradición cristiana protestante en donde el vínculo entre el ser humano y su creador se establece sin intermediación de instituciones o sociedades eclesiales jerarquizadas, es decir, al surgir la Protesta contra el poder de Roma, surgen las iglesias protestantes, en cuyo fundamento está el no continuar con el tributo económico al Vaticano.

También, como otro ejemplo de ruptura con la Iglesia Católica está la historia del monarca inglés, que para conseguir el divorcio, fundó la Iglesia Anglicana, de la que los monarcas son jefes. Entiendo que dentro de su tradición existe también el ministerio religioso a cargo de las mujeres.

De tal suerte que en la realidad homosexual mexicana, hay una enorme mayoría de personas creyentes entre las que tuve la oportunidad de conocer a la comunidad Emaús, hace ya algún tiempo y quienes surgen, pero independientes, de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana. De esta última me tocó presenciar una ceremonia de matrimonio entre dos chicos con una relación de más de una década y que finalmente habían realizado su enlace civil en la Delegación Coyoacán.

Como es acostumbrado, una boda gay es idéntica a las que yo conocía antes entre mis familiares y mis amigos. Hay un jardín de fiestas, un banquete contratado y un equipo de sonido para guiar los tiempos y actos del enlace, del banquete y del baile. Hasta hace muy poco un lustro o dos, la Iglesia Católica dejó de bendecir bodas fuera de sus recintos oficiales, jardines o playas de México, sin embargo me ha tocado ver el sincretismo de una boda religiosa dirigida por un sacerdote católico perteneciente a la Teología de la Liberación en medio de un jardín, y otros más en donde el jardín de fiestas cuenta con una “Capilla” y un Juez Civil realiza ahí la ceremonia matrimonial.

¿Y cómo es una boda religiosa entre personas del mismo sexo? Pues la oficia un pastor, ministro o sacerdote cuyo amaneramiento delata su homosexualidad y del que no me interesa si es casto o no, pues en el caso de los ministros y pastores está permitido tener vida sexual.

Se viste como su investidura lo acostumbra en la Iglesia de la Comunidad Metropolitana, y dispone un ritual que incluye lecturas bíblicas en donde se cita el amor homosexual, comienza y finaliza con un Padre Nuestro, incluye bendición del enlace y los objetos que lo representan, tales como anillos y arras, y la conmemoración de la última cena con la ceremonia de consagración del vino y del pan con el que comulgan los que así lo deciden. Es pues una ceremonia prácticamente igual.

Aunque vale destacar las grandes diferencias. Es un acto tan valeroso como las bodas que realizaba y bendecía San Valentín en tiempos en que Roma prohibió que sus soldados cristianos se casaran.

Y queda plasmado en las palabras, más menos, que el sacerdote dijo en el momento de explicar a la concurrencia lo que era la ceremonia de unión de dos personas del mismo sexo ante Dios: Es un acto de gran valentía, porque ustedes están hoy aquí, frente a Dios compartiéndole, expresándole, y reconociendo el amor que tienen uno por el otro. Yo les bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Y no sé si perciban lo que significa y ¿por qué es un acto valiente decirle a Dios que amas a una persona de tu mismo sexo? Para un ateo como yo, que no tiene temor de Dios, como era la costumbre enseñar en el México del siglo XX, no tendría emoción alguna.

Pero para quienes fueron criados y educados en la fe, con la enseñanza de que el amor homosexual era mal visto por Dios y por sus Iglesias, y que tiene en muchos creyentes que repiten la frase de que Dios quiere a los pecadores y abomina el pecado de tener relaciones sexuales fuera del matrimonio, y peor aún, con personas del mismo sexo.

Y si a esto, algunos agregan que el castigo será eterno a partir del día del Juicio Final en la nada o en el Infierno

Pues cada homosexual creyente para desbaratar ese aprendizaje, tendrá que reconstruir y fortificar toda la humanidad de la que es capaz para no juzgarse y ser libre. Entonces, reconociendo lo constructivo de su amor, hacer la manifestación sincera y profunda frente a su Dios, del que tiene por otra persona de su mismo sexo, sabiendo que todas las directrices que le habían dado, las habían comunicado humanos que interpretaban las escrituras a su corto entender o a su conveniencia, y que nadie es digno de juzgar y mucho menos de amenazar o acusar, pues el Juicio sólo le corresponde a Dios, y sólo entonces cada uno de los creyentes será evaluado.

Pecar o destruir, es muy sencillo cuando no se invita al Dios creador. A mí que soy ateo me lo han dicho muchas veces, que en cada acto constructivo que yo realizo, el Dios de quien me lo dice, está incluido porque de no estarlo, realizaría actos de destrucción. Si yo equiparara el acto sexual entre personas del mismo sexo como un acto que destruye, como un pecado, porque así insisten en calificarlo muchos de los creyentes que conozco, al invitar a su Dios, los homosexuales creyentes están convirtiéndolo automáticamente en un acto creativo, edificante de sus espíritus, y dejan en manos de su Dios su Vida Eterna, o sea su destino después de morir, en el tiempo de la resurrección de los muertos. Luego entonces, es el mayor acto de valentía que un creyente puede tener, aceptar el juicio divino.

Y claro, en esta sociedad que tanto se ocupa de juzgar la intimidad del prójimo, el enlace entre personas del mismo sexo, seguirá siendo un acto de valentía.

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