miércoles, 17 de agosto de 2011

Bailando en la Ciudad


Viena, Living, Lipstick, Mambo Café, Meneo, News, Rincón Colonial, Marrakesh, 69, La purísima, Salón Sol, Salón Hidalgo, Picante Cabaretito, Frogs Ixtapa

Cuando cumplí 18 años tuve la ocasión de salir a bailar. Era el estreno de mi mayoría de edad legal, plasmada en mi licencia de conducir tramitada el mismo día de mi cumpleaños. Trámite sencillo pues llevaba tres años con el permiso que obtuve a los 15.

El lugar de moda, de nombre, de entre el grupo de jóvenes de poca fiesta y poca parranda que me rodeaba entonces, era la discoteca News o The News, Toreo, en el límite de Naucalpan con el DF. Nunca olvidaré que me acompañaron mi mejor amigo de secundaria Esteban Erik, mi mejor amiga de vocacional Raquel Adriana y mi prima Brisaluz. Seguramente llevábamos las cabelleras esponjadas con algo de crepé, aunque Érik era muy lacio y usaba su corte de casquete, hombreras en los sacos y telas color pastel al estilo de Flans y Timbiriche. No recuerdo detalle, sólo un poco de la espera en la fila y presentar mi novísima licencia de un día de estrenada.

De ahí por casi 20 años no tuve mayores experiencias saliendo de antro, disco, baile o reventón. Aseguraría que ninguna. Con la familia de mi amiga Ari conocí una pequeña disco en Satélite, en el que hubo sospechas sobre el contenido de los hielos que estaban en nuestras sodas. Las leyendas urbanas, quizá inspiradas en hechos aislados existían desde entonces, al igual que hoy.

Fue hasta después de 2003, ya fallecida mi madre que me tocó vivir la experiencia de la noche en la Ciudad. El primer antro que conocí fue el Salón Hidalgo para celebrar un día del maestro, con mi amiga Olga. Lugar oscuro, a la salida del metro Hidalgo, del que recuerdo poco. Creo era música tropical en vivo.

El siguiente lugar fue Meneo. Ahí me topé por vez primera con un cadenero que, subido en su escalón, me indicó que tendría que esperar a que mis amigos salieran por mí. Lugar con amplia pista de baile, sólo con música grabada, y un pequeño estrado para un cuarteto de bailarines hombres y mujeres de muy buenos cuerpos animando a la concurrencia. Ahí comencé a conocer, aunque sin entender hasta la fecha, el ritual de la hora de inicio.

En un antro, aunque haya música, nadie se atreve a ocupar la pista sino hasta las 10 11 de la noche en que ya todo mundo lo hace. Antes de esa hora, hay el riesgo de hacer un ridículo que nadie se atreve a vivir.

El segundo lugar que conocí fue Mambo Café. El mismo ritual de entrada con cadenero. Nuevamente ese aire de discriminación que parece que cautiva a la sociedad mexicana tan ávida de tener castas o clases. Llámale a tus amigos para que salgan por ti, fue la orden que me dio el cadenero encargado de actuar el juego de seleccionador. Esa vez, había un tumulto de gente en espera como yo, o peor aún, rogando por ser elegido para entrar. Así como había el grupo de unas cuarenta personas en la banqueta a la entrada del establecimiento, había una fila de autos en espera del valet parking que habitualmente obstruyen por las noches un carril de la avenida de Los Insurgentes.

Sólo una vez tuve la suerte de que a mis amigos les autorizaran mi entrada. La segunda vez, no tengo idea de qué sucedió que la amiga en el interior tuvo que ir a pelearse con quién sabe quién por mi entrada, que entonces decidí que sería la última vez que jugaría en la arena de los que les gusta ser discriminados y discriminar.

Paradójicamente al cruzar esas entradas tumultuosas, las discotecas o antros están a un quinto de su capacidad. Terminan por llenarse, previo ritual de hacer sentir al cliente que pertenece a una clase privilegiada en la que pocos, los menos, entran.

Mambo Café y Meneo, con mejores instalaciones que Salón Hidalgo, precios disparados en los primeros y cualquiera me dirá que son sitios incomparables. Pero aquí, el que compara soy yo. Mambo Café incluso con un escenario en el que albergan a orquestas tropicales de renombre. Sonido extraordinario aunque excedido en decibeles.

El siguiente grupo de antros, los primeros del mundo gay que conocí en mi nueva vida y que fue en este pasado 2010, parecen ser otro grupo de empresas diferentes.

En el centro, a dos cuadras de Garibaldi y en esquina del Eje Central, la calle República de Cuba alberga a un grupo de antros para bailar y beber que me ha satisfecho sobremanera. El primero lo conocí gracias a mi compañero de vocacional Alfredo. Él y dos amigos suyos me convidaron mi primera noche fuera del closet al 100%. Se llama Marrakesh. Tras haber sido esculcado por los elementos de seguridad para entrar sin pago, ni cadena, ni reserva de por medio, lo primero que percibí fue el cambio de clase social, contrario a las chingaderas de Mambo Café y Meneo. Esa percepción fue a través de mi olfato que fue inundado por un olor a hombre trabajador con la transpiración de más de 24 horas sin ducharse.

O sea que hay hombres gay que trabajan duro y se bañan poco. Pasado mi asfixiante entrada, el sitio estaba a la misma capacidad que un vagón del metro en hora pico. Un lugar incómodo para bailar, aunque depende de gustos, pues justamente hay humanos que gustan de repegarse a otros y repellarse mutuamente lo que haya que rellenar. Hombres gay la mayoría, chicas lesb las muy pocas y alguno que otro buga lindo. Había una sección VIP porque hasta aquí alcanza el anhelo clasista nacional y tienen un mesanine en donde debe ser más difícil respirar, pero en donde las actrices que quieren imitar a los famosos hacen su presentación y en donde el estriper ofrece su baile a todos los mortales que bailamos abajo. Esos de la sección VIP tienen la oportunidad de tocar incluso el miembro viril del chico danzante. Algo que imagino terriblemente pecaminoso para algunos de mis conocidos, pero que es muy divertido de ver. La otra cosa extraordinaria de Marrakesh es que puedes entrar y salir cuantas veces lo desees, pues al interior no se puede fumar y en la calle si, por lo que además de fumar puedes refrescarte tomando algo de la tienda de enfrente.

En la misma República de Cuba conocí otros dos lugares. Viena, un bar antro que me recuerda mucho al Helens de Satélite, en los tiempos de Besos de Ceniza. Cuando lo conocí, de la mano de mi Ramito, me pareció el ambiente tan familiar que de inmediato lo pensé digno de llevar a los míos ahí. Claro, que los míos amables con los hombres gay.

Esta selección de amables lo digo, porque mi amiga Ara me recordó el morbo con el que algunos nos ven, pues ella esperaba ver dentro de un antro gay a hombres teniendo sexo. Y si bien he visto cosas que me agradan, porque soy consumidor de pornografía, creo que aún a los amables les podría sorprender de repente ver los alcances de algunas manos y algunas bocas, y que no supieran controlar su propio deseo para apartar la vista de lo que les incomode, como aquella otra amiga, Vian, que al salir de un bar en Insurgentes estaba escandalizada por ver a dos chicas besarse. Cuando la vi incómoda le sugerí que volteara para otro lado, a lo que se negó. Esa es una conducta no amable. Si quieres ver disfruta. Si no disfrutas, no veas y voltea a otro lado.

Volviendo a Viena, es un sitio con seguridad como cualquier sitio de reunión, aunque no esculcan ni a los individuos ni a las mochilas. Tienen una zona para bailar y alternan la música tropical con pop grabadas. No hay cobro por entrar y no hay obligación de consumir.

El tercer lugar que conocí fue La purísima, que al parecer es del mismo propietario que Marrakesh y está en frente. Un lugar de acceso sin pago, sin consumo obligado y donde alrededor de la media noche hay espectáculo de estripers. La música es más electrónica y tienen cierta tecnología en los efectos de luz al ritmo de las grabaciones.

A media cuadra de República de Cuba, sobre el Eje Central hay otro sito de baile y bar de sugestivo nombre 69. Me recuerda la apariencia del Salón Hidalgo y de los cuatro antros gay de esa zona me ha parecido el que tiene mejor espectáculo de imitadores.

Por la celebración de unos amigos de oficina conocí el Rincón Colonial que está sobre Circuito Interior en esquina con Rivera de San Cosme. Aquí la música viva estuvo a cargo de dos grupos de gente mayor en un ambiente de mayor luminosidad que el Salón Hidalgo y los antros gay.

En mi penúltimo viaje a Acapulco, el primero con amigos gay, tuve la oportunidad de visitar en la Costera Vieja, esquina con Piedra sola y Piedra picuda, a la altura de La Condesa, un antro de nombre Picante Cabaretito. Con instalaciones equivalentes a las de los antros de República de Cuba en Ciudad de México y con un pago por entrar de 50 pesos, que incluían una cerveza, me sorprendí con una bajísima concurrencia. Me hizo pensar que la gente gay acapulqueña no se divierte con la libertad o frecuencia que lo hacemos en donde yo vivo. Me pregunto si serán pocos los habitantes gay con libertad de salir o con el gusto por un antro donde además del baile hay espectáculo nudista. Cuando niño se que mi madre fue a divertirse en un bar con este tipo de espectáculo en Acapulco, y que seguramente no fue un antro gay. Ya de eso 30 años.

En el último mes tuve oportunidad de conocer otro tipo de antros gay, de otro nivel por estar en otras zonas de la ciudad y por acoger a otro tipo de clientes. He tenido la fortuna de asistir a los dos en tres ocasiones con cortesías, lo que me ha permitido no gastar en ninguno. El primero es el Living, y fue un muy buen regalo del amigo Julián. Según lo he leído, parece ser el lugar de lugares. Lo cierto es que está tras la fachada de un elegante edificio en el rumbo de Bucareli, donde los arquitectos hicieron algunos bellos ejemplares como el Palacio Covian. El recibidor de Living tiene la elegancia de su fachada, aunque el interior es una nueva edificación en donde la modernidad y la tecnología están presentes en la decoración e iluminación de sus dos salas de baile, una de música electrónica y otra de música pop, con un túnel de sanitarios amplísimo que comunica a las dos salas y con la terraza, una zona al aire libre con palmeras y plantas en macetones, apta para los fumadores.

La entrada repite el patrón del cadenero y la fila de espera, que a diferencia de Mambo Café y Meneo, tienen un fin de control de acceso y seguridad para que cruzando se hagan tres filas para revisión de bolsos y de abrigos. En la fila he estado, pues son las cortesías sin pago, una especie de prerregistro vía electrónica para confirmar con identificación en mano a cada uno de los asistentes.

En la sala electrónica hacia la media noche comienza un espectáculo de luces y sonido a base de luces robóticas y lasser que con ayuda de mallas, espejos y humo de hielo seco ofrecen todo un espectáculo para la retina. Posteriormente en ambas salas hay un espectáculo, de bailarines en la sala electrónica y de imitadores en la sala pop. No tengo idea de los precios, aunque entiendo que son elevados. Yo, para no variar, me hidraté y comí antes de asistir para sólo gastar en mi transporte. De cualquier manera, enfrente hay una tienda y puesto de comida, listo en la madrugada.

Por lo que se refiere a Lipstick, enclavado en el centro de la zona rosa, es un edificio con dos niveles. Uno cerrado y otro semi descubierto tipo terraza. Este lugar me transmitió una extraña sensación. La gente liba y baila pero de una manera estructurada, semi rígida, donde la apariencia parece ser un ingrediente importante. No sólo en el vestir sino en los movimientos. Me pareció algo semejante a estar entre maniquíes. Pese a eso es muy posible bailar como se te de la gana, perder la compostura y lucir la lonja entre gente delgada, bien peinada y vestida. Creo que aquí nunca podrán inhalar los humores de la gente que trabaja y se baña poco, como la primera bocanada de aire que tuve en Marrakesh. Las cortesías de Lipstick corrieron por cuenta del amigazzo Gerard y que nos convidó a mí y al visitante de Tikicia (el reino de los ticos en Centro América) Anthony.

Finalmente les contaré del Salón Sol, cuya visita la motivó el cumple de mi amiga Heidi. Fascinante que haya lugares divertidos en el Centro Histórico de Ciudad de México, en Venustiano Carranza. Le han dado toda una vida a la noche en esa zona. Este lugar cuenta con tres plantas, un bar tranquilo en la planta baja, uno con música pop y electrónica en el primer piso y el Salsa Room de la segunda planta. El anuncio en su sitio de Internet afirma tener las mejores orquestas y las pantallas para espectáculos por televisión. Desde la reserva necesaria y poco ágil por vía electrónica y nula por teléfono, comenzaron las deficiencias de este lugar. Anuncian que no hay cobro por entrar, sin embargo al hacer la reserva hay la advertencia de hacer un consumo mínimo de alrededor de 100 pesos por persona más un cargo obligatorio del 15% como propina. Son un desastre en su sistema de reservas y al asignarnos mesa pretendían darnos la más alejada de la zona de baile.

En efecto, tienen varias pantallas y por lo mismo cabe una comparación según sea el antro. Viena tiene dos televisores con imágenes de un canal de videos musicales, sin sonido porque lo que se oye en el lugar son otros temas. Salón Sol estuvo transmitiendo el partido de futbol del día y luego transmitió su repetición, por si alguien se lo había perdido. Lipstick corre en sus pantallas, videos de moda y gente bonita. Living tiene lo mejor en una extensa videoteca con cada uno de los temas tocados y mezclados, dicha lista no se repitió en las tres horas que estuve ahí y son sincronizados perfectamente los audios con las imágenes a cargo del operador de discos.

Volviendo al fraudulento Salón Sol, la pantalla principal fue corrida para que en su lugar se viera a la supuesta orquesta de cuatro integrantes con mala entonación, que comenzó a tocar una hora después de lo anunciado. Sólo una hora de martirio auditivo, para luego dejar paso a las grabaciones de salsa que repitieron hasta cuatro veces en las dos horas restantes.

Mi sentir por lo que se refiere a estos pocos lugares que en el último año he conocido, me hacen percibir un comportamiento opuesto en los antros “bugas” de lo que sucede en los antros “gay”. Legalmente han desaparecido las barreras, pues el Salón Sol, como cualquier lugar de esparcimiento de la Ciudad de México muestra los carteles que aseguran a la concurrencia sobre la no discriminación bajo cualquier perspectiva de género, preferencia, apariencia, etc.

Por lo pronto algunas dudas.

¿Por qué la gente está dispuesta a pagar por entrar a un lugar que puede resultar decepcionante?

¿Cómo hacen negocio los antros gay que otorgan entrada libre y muchas cortesías? Y si además no obligan al consumo y a cambio ofrecen servicios musicales de mejor calidad, incluso con variedad. Quizá falta uno que ofrezca el servicio de música en vivo, aunque con la música grabada siempre hay un manejador de discos sujeto a evaluación por la concurrencia.

Parecería que los gay son pobres, porque lo que he observado en los lugares “buga” es que les sacan dinero hasta por respirar. Los consumos de bebidas y alimentos superan por mucho lo que observo que consumen los gay.

El buen Gerard propone que somos más exigentes para el gasto y que somos poco consumidores de alcohol, que con tres copitas se pierde el estilo y el glamurts, por lo que la ingesta es más lenta y menor que entre los machos que llevan a bailar a sus conquistas. ¿Será?

En cualquier caso, la alegría y la fiesta la hace cada quien, por lo que suelen ser pecatas minutas todas las arriba observadas. Lo importante es divertirse y saber gastar.

Estoy contento de que Ciudad de México tenga una activa vida nocturna y de que yo la haya conocido ya. El reto que aún queda es que en cualquier sitio de baile podamos bailar parejas y tríos de todo tipo, mixtos o de sólo hombres o sólo mujeres. Los carteles que amparan nuestra igualdad están ahí. Creo que hoy faltaría remontar el rechazo que comienzo a sentir por estar en un antro “buga” y que finalmente todos bailemos y disfrutemos juntos.

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