Que extraño fue levantarme el domingo y no tener hambre ni antojo fuerte. La última comida del sábado fueron unas tostadas hacia las 7 de la noche. Me eché las dos pelis mañaneras en la tele, entre comerciales me duché y ya listo pasadas las 11 horas dudaba entre almorzar algo antes del cine o en el cine mismo, aunque la comida de los cines me disgusta y sobre todo su precio.
¡Barbacoa! Vino a mi mente el antojo. ¿Dónde? Fue la pregunta inmediata porque la que me ha gustado es la del Ajusco y no tenía nadita de ganas de cruzar el valle. Pues en el tianguis al que me ha llevado mi amiga Vicky, ese que se instala entre los lagos muy cerca de Moliere y San Joaquín. Ahí me gusta comprar la fruta y la última vez ahí me pareció buen sitio para comer la dichosa barbacoa.
La función de las 11:30 horas ya me la había perdido, luego entonces sólo quedaba confiar en que me diera tiempo de ir en bici, almorzar, comprar la fruta y de regreso pasar al cine de Melchor Ocampo y Marina Nacional. La siguiente función sería a las 13:30 más o menos.
Tomé mi bici, me previne con el casco y el bloqueador de sol y previa vista de la Guía Roji , comencé mi travesía, misma que sería guiada por las vías del ferrocarril, ese que pasa por Tlatilco y que en tiempos pasados se encaminaba para Cuernavaca. Esa diagonal era perfecta para llegar sin dar tanta vuelta y vuelta rodeando las escuadras necesarias para llegar al tianguis.
Y ¡oh! Sorpresa me tenían guardada los territorios de Miguel Hidalgo. Apenas dejé el límite de Azcapotzalco y me enfilé por la calle de Ferrocarril de Cuernavaca, que pasa a un lado de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas donde estudió y trabajó mi madre, y que la separa de las instalaciones deportivas del Plan Sexenal, descubrí parte de la infraestructura que para los ciclistas realizó el gobierno de Demetrio Sodi.
Por alrededor de 5 kilómetros recorrí el camino que mis abuelos, mi madre y sus hermanos y otros familiares recorrieron en sus viajes por tren a Iguala. Incluso ese mismo trayecto me acercaría mucho a la barbacoa del Ajusco, aunque nunca he pedaleado en ascenso, más de lo que mide un puente del Circuito Interior Bicentenario.
A partir del Mar Mediterráneo, en la colonia Nextitla, comenzaron los señalamientos, balizamiento y pista para los ciclistas. Nuevos prados, con zonas verdes reordenadas en ese corredor ferroviario permiten que uno pueda desplazarse en bicicleta por un trayecto con pocos cruces de automóvil. La soleada mañana de domingo favoreció el mejor de los climas para dar una rodada camino a Lago Bolsena.
El primer cruce importante es el de la Calzada México Tacuba, muy cerca del metro Popotla y por detrás del antiguo Colegio Militar. Luego Carrillo Puerto, donde la ciclopista tiene tramos de grava de tezontle que obligaron a cambiar el engranaje de los pedales y no sucumbir en el esfuerzo. El siguiente cruce fue la avenida Marina Nacional, mismo que imagino complicado de pasar en otro día de entre semana. El recorrido sigue, a veces de un lado, a veces del otro de las vías, así hasta la avenida Mariano Escobedo, en donde hay una Bodega de Aurrerá y donde tuve la necesidad de tocarle mi trompeta a una camioneta van que había quedado en alto obstruyendo el paseo ciclista.
Desde Colegio Militar es ya zona de los lagos, mismos que bautizan las calles en la colonia Anáhuac. Esta última parte de la ciclopista tiene un mobiliario urbano muy nuevo, con bancas para los peatones, juegos para los niños, gimnasio, cancha de balón pie rápido, de baloncesto y luminarias en una zona amplia y enmarcada por terrenos fabriles, entre Lago Bolsena y Río San Joaquín, donde yo viré hacia Legaria y alcanzar por ahí el tianguis a la altura de Moliere.
Almorzar los tacos de barbacoa me resultó tan caro como comer en el cine, aunque con mucha mayor satisfacción. Luego tuve oportunidad de comprar el delicioso guacamole que ahí venden en vasito y las frutas que comeré esta semana. La bici fue mucho más fácil de estacionar que cuando vamos en auto y más cómodo que en combis colectivas, como cuando voy con Vicky.
Ya bien almorzado y con la compra cargada en la mochila de espalda, fue muy sencillo pedalear hacia Melchor Ocampo, pues es de bajada ligera y con la Torre de Petróleos como faro en el horizonte. En la geografía del DF, el Lago Bolsena se convierte en la Laguna de Términos, acto mágico que ningún Copperfield lograría en la vida real. Por ahí, hasta Marina Nacional para encontrar a su cruce con el Circuito Interior Bicentenario la plaza comercial con la función de cine a las 13:45 Veinte minutos justo para pasar a defecar al sanitario en completa privacía y con el complejo de cines funcionando sólo para mí y otros pocos tempraneros privilegiados.
Lamentable La leyenda del Tesoro, que si bien es una cinta mexicana que casi iguala a cualquier cinta infantil del cine a destajo gringo, permite ver los trucos de sus explosiones y quemazones. El mayor logro está en las secuencias de acción y persecución relativamente bien logradas, aunque para el ojo que conozca las ciudades de Guanajuato o de México se dará cuenta de que están filmadas en un total revoltijo de escenarios. Podría aplaudirse el esfuerzo por la calidad, aunque también puede resultar en un aplauso a la mediocridad del cine nacional. Es escalofriante cómo la pobreza de historias es secundada por la dinastía Bichir en el cine.
Pasado el chasco en el cine, regreso a casa con mi mandado, la barriga llena, el intestino desalojado y pedaleando en una tibia tarde de domingo, en agosto de 2011.
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