viernes, 21 de junio de 2013

La tarea de Oscar, un buen amigo que hace estudios de género.

¿Cómo impactó la homofobia en sus vidas?
¿Cómo impactó la homofobia en sus cuerpos?

La primera lección clara que recuerdo, fue a los 4 años y me la dio mi madre desde su homofobia. Eran días tristes, cuando recibimos la noticia de la muerte de mi padre, aunque no era un hombre siempre presente, pues vivía en San Luis Potosí.

Yo jugaba a la faldita con la capa negra y listones de colores que usaba en la estudiantina de mi jardín de niños. Mi madre sin violencia ni aspaviento, con toda tranquilidad y amor me comunicó su miedo.

Gabriel, si tú juegas así fuera de la casa, la gente no lo podrá entender y es probable que te ofendan o se burlen de ti. Cuando juegues con la capa a modo de falda, házlo dentro de casa.

Lo que sucedió enseguida, fue la prueba de que tenía razón. Mi hermano mayor, hijo de otra mujer, llegó a casa por algún objeto o alguna indicación relacionada con la sucesión de mi padre, y mi madre aprovechó para contarle lo sucedido conmigo y mis juegos a las faldas.
Cuando me encontré a mi hermano, me comentó en tono de sorna: Con que te gusta jugar y ponerte faldas…

Mamá me había mostrado, que aún dentro de casa tendría amonestaciones a mis actitudes feminizantes. Es probable que mi madre haya vivido en esos días un estado de miedo, al saberse sola para enfrentar mi crianza, sin un hombre en quién apoyarse para mi guía.

Desde ese momento y hasta mis 38 años siempre tuve mucho miedo de que “se me notara”, aunque siempre he sido poco masculino, en mucho la copié a ella, quien contrariamente era muy poco femenina.

Durante la escuela primaria y secundaria, fui “ofendido” con las palabras maricón y puto, debido a que no participaba en contiendas deportivas. Mi sedentarismo y falta de interés en las actividades físicas, no la relaciono particularmente con la homofobia familiar. Hoy, mi vínculo al ciclismo urbano, tiene un estrecho lazo emocional con mi padre, quien fue un hombre muy activo físicamente, pues fue boxeador y militar. Él, hacia mis 3 años, me regaló la primera bicicleta que tuve. Hoy realizo el ciclotón mensual, como una actividad que para mí significa hacer un esfuerzo físico y concluir un reto, ambas las he visto como masculinas, aunque no necesariamente lo son. Las relaciono con mi padre.

En la adolescencia imaginé las ventajas de no haber tenido padre, pues lo imaginé intolerante y contrario a mi forma de ser. Ignoro si hubiera sido homófobo. Curiosamente ambos fueron muy amigos de un compañero, primero discípulo de ellos, que fue un hombre homosexual que falleció a causa del vih, y a quien mi madre quiso mucho, aunque ignoro si mi padre sabía esto de su amigo.

A esa escena con la falda, entre mi madre y yo, atribuyo mi decisión de vida, de reprimir lo que sentía y haberme esforzado por ocultar mi homosexualidad con un enorme temor a mis expresiones femeninas.

Todo esto, deriva en un problema general de aceptación de mi persona. A esta carencia atribuyo que soy poco asertivo para no negociar la protección con condón, bajo la premisa de ser aceptado y de buscar mantener el vínculo con el chico que se resistía al uso de la protección. También la relaciono con la falta al cuidado de mi cuerpo, en el plano nutricional y de actividad muscular.

De ahí en más, no tengo recuerdos de una homofobia sistemática, incluso aprendí el respeto y la tolerancia, pues mi familia sabía de tíos homosexuales y bisexuales, aunque no los frecuentábamos, por lo que además de discretos, jamás fueron importantes sus vidas por ese aspecto, siempre fueron más importantes por sus oficios y por las relaciones afectivas que cultivaban con nosotros y demás familiares.

Fue hasta mi salida del closet, en 2010 a mis 38 años, que tuve el particular rechazo de una prima con quienes nos quisimos mucho en nuestras infancias. Somos de la misma edad y ella cultiva su religión católica. De ella no recibí aceptación, sino muy claramente expresado su miedo. Me pidió no tener muestras de afecto con otros hombres, delante de sus hijos. Me envió textos de católicos que aceptan a los homosexuales, siempre y cuando sean célibes. Y finalmente, de haber sido yo un hombre confiable para ella antes, pasé a ser un probable mentiroso digno de ninguna confianza. La relación está fracturada, pues aunque yo quise comportarme comprensivo de su miedo, ella no bajó ni un ápice la guardia respecto de su desaprobación hacia mis propuestas y nuevas luchas por la igualdad frente a las leyes y contra la discriminación de la que los homosexuales somos objeto en la sociedad.

Yo comencé a liberarme, a raíz de la muerte de mi madre, por lo que ella no fue testigo de todo lo que he descubierto y vivido. De un proceso de rebeldía que había comenzado a mis diez años, negándome a ir a la escuela, durante la adolescencia me convertí en un hijo disciplinado y colaborador, decisión que tomé, o mejor dicho, que actué; porque no lo recuerdo como una decisión consciente; desde un proceso de psicoterapia en el que estuve de los 12 a los 15 años.


Con sorpresa he visto que la lucha contra la homofobia interna, está muy estrechamente relacionada con los argumentos y acciones que fundamentan y se toman desde el feminismo y la equidad de género. De mi madre y sus amigas, recuerdo discursos, charlas y mesas redondas, en donde los temas que reivindican los derechos de las mujeres, son los mismos que nos llevarían a los hombres homosexuales a desterrar la misoginia y las conductas de homofobia, puesto que las mujeres y los homosexuales surgidos en una sociedad machista, tienen en contra el mismo factor: la jerarquía masculina y de los hombres, por encima de lo femenino y de las mujeres, cuando a final de cuenta, ambos son humanos y sus cosas igual de valiosas.

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