La primera vez que supe de la danza contemporánea, fue cuando mi prima Rosy estuvo haciendo sus estudios de danza en Cedart y en la Escuela Nacional, yo tenía unos 12 años. Fue entonces que aprendí que una mujer, Isadora Duncan, había propuesto una reforma o un nuevo estilo a lo que por un siglo había sido considerada la danza culta, la danza clásica.
No estoy ilustrado de fuente directa, sino de las conversaciones familiares de esos años de escuela. La danza clásica suele ofrecer una imagen de elegancia, rigidez o firmeza, movimientos marcados, estilizaciones corporales. Recordaba como una característica muy evidente, el uso de las puntas en los pies, para lo que los bailarines utilizan zapatillas especiales que les permitan elevarse sobre sus dedos, a costa de duros esfuerzos, hartos ejercicios de fortalecimiento y hasta fracturas por el estrago al límite de las capacidades corporales. Otra característica era, que jamás los cuerpos se acostaban sobre el escenario, por el contrario, había un gran interés por levantarse y despegarse de él con saltos, piruetas, cargadas, giros que dieran la imagen de ligereza y liviandad a los cuerpos. No se si forme parte de las características de la danza clásica, pero también por sus historias, los vestuarios representan hadas, seres mágicos, animales, reyes y princesas, historias alejadas del erotismo y de la sensualidad sexual de los cuerpos, por lo que parece un arte recatado pese a tener mayones y ropas ajustadas que no ocultan la figura humana.
En esas charlas se dijo que Isadora Duncan propuso quitarse los corsés, alejarse del uso de las zapatillas, hacerlo descalza o con el menor soporte posible e incluso desnuda, haciendo total contacto con el escenario, rodando en él, arrastrándose en él y no sólo mantener la dinámica de alejarse para saltar y simular volar.
Hoy confundo los estilos, entre la danza clásica, la contemporánea y el jazz, y es que dentro del repertorio del ballet clásico han surgido obras nuevas que no refieren a los autores anteriores al siglo XX, y por veces baso mi observación en si se acostaron o no sobre el escenario, o en la aparición de una zapatilla de puntas.
La propuesta de danzar desnudos, no generó mucho eco o por lo menos no alcanzó mayor popularidad, supongo yo que por complicaciones para los bailarines, pero principalmente por el rechazo social a ver genitales al vuelo. También vi cómo las coreografías sensuales, de representaciones erótico sexuales que se permiten o facilitan en la danza contemporánea eran entendidas por la audiencia con excitación por un lado, cosa natural, pero con el prejuicio de que era algo subido de tono como para ser expuesto en una Casa de la Cultura, de esas que cada municipio tiene.
En mi gusto personal, he preferido la danza clásica, quizá porque sea música con la que estoy más familiarizado y por conocer las historias por ella representadas. Las obras de contemporáneo, son desconocidas por mí en cuanto a música e historia, ignorancia pues.
Y sin embargo, ser espectador del ballet es una experiencia muy distinta de ser protagonista. Nada que ver estar sentado en butaca echando la lonja, con el esfuerzo, la disciplina, el rigor y la preparación que tienen los bailarines de cualquier estilo. Ser bailarín es toda una profesión, una forma de vida.
El grupo nudista en el que participo, tuvo a bien ofrecernos por un par de horas, la experiencia de hacer una secuencia de movimientos bajo la instrucción de un experto bailarín. Obviamente, al estar desnudos, estaríamos dentro de la propuesta de la Duncan, jajaja, así que una veintena de chicos nos dispusimos a jugar a ser bailarines por un rato.
La reunión fue en el Centro de la Diversidad, lugar de arte, cultura y reflexión sobre temas de la diversidad sexual, que está en la calle de Colima a diez metros de la avenida de los Insurgentes. En un salón de duela y con espejos, nos dispusimos a seguir las instrucciones para ir reconociendo que teníamos cuerpo, pues cada una de sus partes debieron hacer caso a la postura y tensión sugeridas para hacer flexiones, estiramientos, movimientos circulares, pendulares, desplazamientos, saltos. ¿Quién se acuerda de que para dar un salto, o un paso, tenemos que estirar acá, flexionar allá, en particular orden? claro, si es que no queremos tropezar o lastimarnos. Menos lo va a recordar un servidor que se la pasa frente al ordenador más de 10 horas diarias.
Así pues, con el apoyo de los espejos, con la guía del bailarín y la energía de 20 hombres desnudos en el aula, nos dispusimos a hacer cada una de las progresiones o series de movimientos. De la crisma al juanete recibimos instrucciones para cada una de las partes intermedias, mirada al frente, bajar la barbilla, extender brazos o ampliarlos como un óvalo a nuestros costados, sin subir los hombros, estirarnos hacia arriba, bajando el cuerpo, alineando los pies en paralelo, apretando el vientre para no meter los glúteos, y de ahí pa'l real.
Luego a aprender a dar saltos sin hacer ruido, en un piso de duela. Pues ahora si que se puede echar el brinco y en silencio, sin jadeos ni gemidos. Primero hay que poner los pies en paralelo, juntos, pero que talones y puntas dibujen paralela perfecta, para flexionar rodillas y tomar impulso para levantarse del suelo en un salto, poniendo en puntas los pies durante el vuelo, para aterrizar igualmente en punta y así, lograr reducir el ruido. Así chicos, que cuando quieran echar brinco sin que nadie se entere alrededor, sólo pongan en punta los pies paralelos, verán que su orgasmo es inaudible.
Una segunda parte de la clase de danza al desnudo fue la de hacer evoluciones con brazos y saltos, a la vez que cubríamos un trayecto en diagonal por el salón. Uno a uno, y nuestro profesor, que nos ponía la muestra, comenzaba a palmear para marcarnos el ritmo y el momento de cambio en la evolución. Un poco antes, el primero, fue hacer una carrera alrededor del salón, con paso de bailarín. ¡Qué bonito fue ver el cuerpo del profe deslizarse con su porte y ligereza! Oh, qué contrastante fue vernos a cada uno de los participantes, que sin mayor formación que ir a bailar al antro, dimos la misma carrera. Cada uno con su fisiología ósea y muscular, tuvo su propio pazzo, unos ligeros, otros muy masculinos cuales rancheros a galope, y yo con la dificultad de calcular velocidad, peso, freno en curva... un gordo que no sabe calcular aún los metros que requiere para detener su marcha. Es más conocida por mí, la distancia que debo usar para frenar mi auto de media tonelada, con el pedal, pero mis 80 kilos... toda una práctica que falta.
Pues en menos de una hora, con el solezaso poniente entrando por la ventana y tras estos esfuerzos de párbulos de la danza, los cántaros de sudor nos goteaban por cuanta punta tiene el cuerpo, ya fuera nariz, codos, dedos, penes, etc.
El cierre de la clase fue, generar evoluciones libres, para formar al centro de la sala, conjuntos escultóricos con nuestros cuerpos entreverados, entretejidos, enlazados, que pasado el instante, cambiaban de forma para reorganizarse en una nueva creación. Chichi, pelo, nalga, pito, brazo, torso, pansa, ombligo, una sola masa humana, generando imágenes que nos alegraron el espíritu, difícilmente a la pupila de otros, pues no quedó registro en foto o video, pero sí en el colectivo de esos 20 hombres nudistas, del México que danza.
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